No urge la voz, tan solo es palabra.
No hay, después de todo, nada de lo que arrepentirse,
aunque eso sí, sigue habiendo demasiadas formas de morir.
Sin creer en dioses, el hombre se hace de granito,
pero no deja de ser poroso
en la salmuera de sus días y sus noches,
las que van creando sus llagas de incertidumbre.
Es veraz el silencio cuando recorre la oscuridad
y se inyecta de lo salvaje de la lluvia,
se oye un trueno que solo te nombra a ti
y te elige como a un pájaro
le designa el tiempo su existencia.
No urge la voz, ni su cadencia de estribo ante las cosas,
solo sembramos con la mano derecha
y sujetamos la línea de duelo con la izquierda,
lo que es un rojo resentimiento
que nos hace dudar de adónde vamos.
Es cierto que siempre miramos atrás
y que allí encontramos las ausencias
todavía sentadas en los andenes del olvido...
pero no hay milagros que cercenen la muerte,
la memoria solo es el reflejo interesado de la historia,
la nuestra, en realidad la única que nos importa.
No hay brujos que tengan algo más que sus bolas de naftalina
para impedir que nos derrumbemos en medio de la oscuridad.
Traer de casa vuestras propias provisiones,
la comida, la labor hecha, la ropa limpia,
todo lo que sin saber lleváis siempre.
No es el amor el cauce de este fuego,
ni la ira, ni este deseo de venganza,
solo somos una parte del juego
y no conocemos nada más
que una palabra: incertidumbre.
f.