He desnudado a un ángel,
y cubierto su cuerpo con el mío.
Tuve la sospecha de que lo era
al sentir en sus labios aromas de ozono,
la sensación caliente de la tierra volcánica,
y de su lengua, al recorrer mi piel,
me ardía una humedad nebulosa,
como el suave reguero de una nube.
Hay gemidos que solo sabe dejarte la tormenta
y allí tuvo la luz su hora oscura.
Al marcharse de improviso
un fuego arrasador quemó mi cama,
mientras unas pocas plumas, suaves y frías,
quedaron esparcidas por el aire.
f.
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