Renuevo mi pasaporte, mi carnet de identidad,
todas las tarjetas Visa que deben servirme para viajar.
Es invierno y arrecia el frío por Europa,
un sentir canino de hambre y sed
como si la nieve que me cubre
no fuera suficiente manto de lumbre donde resistir.
Morir de silencio ese es un temor interior.
Caer sobre una acera de Viena al poco de salir del Orient Express
o días después de llegar a Budapest,
cruzando alguno de sus innumerables puentes,
cuando solo es el Danubio un padre que asusta al silencio,
el mío, enorme, que me ahoga en la bruma
mientras caen los copos como un mantra
que solo me perdonará una de esas noches, oscuras, blancas, mortales...
Soy temeroso de morir fuera de mi país,
las pocas raíces que me guardan dentro un poco de fuerza,
aunque eso solo sea anecdótico,
es el miedo de la costumbre,
la desesperanza que me impide respirar,
y aún así volveré a visitar Praga,
me haré sombra recorriendo el barrio judío
y recordando los pasos de kafka,
para subir al castillo y encerrarme un rato en la torre Daliborka,
mientras el Moldava me sugerirá con su penumbra
que acuda a él, a hundirme en su fondo de limo como un final feliz.
f.