Solo tengo un sueño de niño por el que viajan los convoyes de la noche.
Los viejos y oscuros mercancías con su sonido metálico de lluvia.
Poseer del amor lo triste,
esa cadencia de verbos que deja el alba
como un cuchillo ardiente que corta las palabras y los labios.
Beber despacio el adviento.
Sentir el arado sobre la tierra derramada
en la que siembro luces y sombras,
y quejarme por el dolor de los huesos magullados en la noche.
Escucho el mar, las olas, la marea alta,
mi voraz senda de bosques y atalayas,
la luz de ángaro que deja en lo sombrío su propio morse,
su mano tendida entre las aguas y la lejanía.
Después amanece y es hora de silencio
cuando vuelan los pájaros sobre los cipreses
y sin saber por qué las huellas del invierno
son las últimas estelas que deshacen las nubes.
Nevará este día triste.
f.
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