en que no seamos ninguno
el centro del paisaje:
ni tú, ni yo, ni nadie.
Ya que siendo como somos
quebrados juncos por el viento,
no podemos, desde el silencio,
mover el vértigo,
ni convertir,
lo que ahora son nubes y bruma,
en medio de un páramo de invierno,
en un quieto piélago,
sin olas ni mareas,
donde nuestras manos
recreen los sueños
moviendo el agua.
f.
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