y es que a pesar del amor de los brazos
y de las piernas abiertas la soledad regresa
con sus dudas.
Pablo García Casado
Vino el cigarrillo del silencio,
las volutas azulaban lentamente al morir en el techo.
Te oía respirar muy bajo,
mientras a unos metros de mí
mirabas a través de la ventana.
Desnuda y con el aroma hurgado en el deseo entre tus piernas,
tu espalda tenía el brillo nacarado que deja el sudor
y las sonrosadas aspiraciones de mi boca
como huella inequívoca de nuestra noche juntos.
Trago a trago deshicimos los últimos besos,
con la pulcritud del cirujano y en mitad de aquel océano
usamos un bisturí para sajar las sombras
y nos dimos con esa victoria un último homenaje.
Espesos y un poco borrachos
nos miramos dentro para olfatear por donde nos rondaba
esa última llamada que trae el amanecer antes del diluvio.
f.
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