Crece el mar,
se interna por las estrechas calles oscuras y la gran plaza.
Lentamente me hundo como los viejos palacios
entre los vaivenes del agua
y siento el tiempo que me desborda y me ahoga.
Ojala estuvieras aquí
y fueras de nuevo conmigo
paseando por las tardes de verano.
Entonces en tu cintura dejaba mis manos,
sentía el pulso inagotable de la vida,
un hilo de sangre palpitando
que unía tu cuerpo al mío.
Sabíamos encontrar las pequeñas plazas,
los cafés minúsculos ajenos al mundo,
donde el silencio solo era roto
de vez en cuando por la música de un viejo violinista
que nos desarmaba con sus melodías.
f.
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