Urdo verbos con semillas,
labios como espadas,
laberintos de huellas,
confusos logaritmos...
siempre pérdidas.
Dibujo cruces, aspas, rayuelas
unas de color azul, otras, negras.
La verdad de cada sílaba tiene su lamento,
lágrimas y silencio, mucho silencio.
Brota la urdimbre de un hilo de sangre,
la luz, siempre la luz,
a veces de una voz,
otras de un grito...
Lo incesante es por pequeño lo humano,
lo débil, lo que estremece la piel
como un viento frío,
la soledad que te habla,
solo a ti...
el muro donde nunca está tu nombre.
Álamos blancos se deshacen en el suelo del otoño,
siento el sonido al pisarlas de esas hojas
que se amontonan como viejas heridas en el recuerdo.
Traigo agua en las manos,
no es bendita, tiene el aroma
y la humedad de los aspersores de los jardines.
Veo las nubes que enrojecen al atardecer,
la línea quebrada, su distancia,
un mar que tiene recodos de amanecer...
Me ahogan los ríos,
ríos como el Danubio o el Sena,
porciones de desiertos,
Saharas que invaden con sus arenas muertas,
cierta ira prendida a la palabra dicha
y un hueco, sí, un hueco interior lleno de presagios...
f.
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