La lluvia dulce en los parabrisas
Pere Gimferrer
No sé dónde ha ardido la noche,
ni cuándo sentí alargarse la sombra empapando mis huesos.
Escuchaba la música en el coche
mientras la lluvia caía dulcemente sobre el parabrisas
y el océano resolvía la encrucijada del amanecer.
Qué soledad no tiene su hambruna,
un escalofrío de rutas marinas,
la respiración cortada por un beso
y el pálpito cálido de un corazón desbocado junto al silencio.
Casi todas las velas se alzaban al viento y desbordaban al mar.
El horizonte tenía una bala de plata incandescente,
la línea cóncava de mi tristeza con su pródiga luminosidad,
lejana y perdida entre las últimas velas que destellaban,
allí, donde ardía la esperanza.
f.
No hay comentarios:
Publicar un comentario