De repente sucede y viene noviembre
y como si el dolor tuviera siempre su nombre
sentimos en la lumbre de la noche su huella de ceniza.
Hay lágrimas que son el lamento de todo lo que duele.
Yo no lloro apenas, o eso creo,
quizás he llorado mucho contemplando el fuego.
Ya no cabe en mi corazón de mimbre
más lluvia que la de un día de aguacero
Es terrible el largo patíbulo que se avecina.
f.
No hay comentarios:
Publicar un comentario