Y deshacer la lumbre que aflora en los rincones,
a golpes de brazo, donde sin dudarlo quema.
Cerrar ciertas compuertas,
allí, donde el agua tibia nos inunda.
Callar, una vez más si es necesario,
todas las que tu corazón pregunte
aunque sin razón aparente el mundo pare.
Comer el pan duro, el que queda,
y beber del agua del pozo,
la que resta de las últimas lluvias...
y seguir en silencio contemplando la noche
debajo de una triste lámpara amarilla...
de esta manera y sin reposo
llegará a ti, salvaje, otro lado de la eternidad.
f.
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