En el viento nocturno vino el acoso,
la holgura de la noche,
la humedad prevista de la hierba.
Llegó como siempre lo hace ella,
en medio de la oscuridad,
con su ansia de sal y de vainilla,
dejando sus uvas dulces reposando en mi boca,
calando cada estrecho sendero de mi cuerpo
con una larga marea
y el caer continuo en el abismo del otro.
Ella sigue siendo de la sombra el resquicio de las sílabas,
la hogaza que da al silencio su rémora de hambre,
un revoloteo de pájaros,
el cantar de esa vieja melodía que tararea sin saberlo
cuando siente que el bosque se deshace,
que la niebla dejó de ser susurro
y que todas las argucias de la noche tienen su final...
mis manos hundidas en la tierra,
esponjosa, plena de agua y de semillas,
viva como solo deja la mandrágora abierta la espera.
Luego volvió el silencio, el verdadero,
el que solo mantiene la luz de una vela
en medio de la otra oscuridad,
la que anida entregada a sostener,
sin miedo, la duda y la incertidumbre.
f.