No he cubierto la tenacidad con el rumor del viento.
Han crecido los álamos de la distancia,
en los márgenes indefinidos de las palabras
cada sílaba tenía una fronda de luz y de sombras.
He mirado en el río, en el agua,
dentro, donde un sonido agónico hunde el corazón,
y sí, en los recodos ocultos de los puentes
los murmullos seguían siendo de invierno.
Mis manos siempre tienen rastros de besanas,
tierra en las uñas, regazos de urgencias,
casi he visto crecer las últimas semillas del centeno,
el orden oscuro que trae el fuego nocturno.
No me quejo,
estos simples versos deben morir
en el intento de ser libres
y anunciar el verano.
f
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