Frecuento este lugar
en que los dos nos miramos hacia dentro.
Sabemos ser dos extraños
y anunciar la llegada de cada atardecer
como si fuera el momento para dejar de vernos.
Me mienten tus palabras porque tu verdad es temerosa,
la mía, ha perdido tantas batallas
que ya no reconocen su sendero.
Tu desnudo cuerpo se acurruca entre mis brazos.
Haces un recorrido por mis puntos cardinales
y respiras, tiemblas satisfecha,
reconociéndome de nuevo como tuyo
ahondas en mí mojándome con una lluvia de deseo.
Puede ser verdad
y esta ser la última vez que nos veamos,
eso tiene ser el amante de esta muerte,
cierta aquiescencia con el tiempo,
saber que en ese instante nada es preciso salvo gozar,
dejarse llevar por este aroma de fruta prohibida,
el olor inconfundible de las rosas cortadas,
dominar un juego impreciso con las cartas marcadas.
f.
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