Escucho los aspersores reclinar sobre el césped.
Germina una larga noche sin descanso
y son sus cóncavos senderos de lluvia
como alargados pumas que muerden el aire.
Es un bálsamo saber de los muelles dormidos,
barcos fondeados en el amanecer,
mientras tu cuerpo, solo tu cuerpo,
sostiene junto al mío una batalla perdida de antemano.
¿Qué verdad no saben nuestros labios de la piel del otro?
¿Qué urgencia no ha sido sajada
con esa ansia de filo metálico
que nos deja ahogados, sin respiración?
Vuelvo a ti, siempre regreso sin nombrarte,
y me derrumbo silencioso ante el lecho vacío,
sin miedo a los demonios de la sangre.
No puedo vivir sin habitar tus sueños,
y sin descanso preparo esta muerte pequeña,
esta branza sin rostro,
este vínculo secreto con tu rendición.
f.
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