Ahora que somos desnudos una sombra del otro,
enraizados en la tierra y en la carne,
mira en la lejanía del amanecer
este esfuerzo de las horas por bendecir con su luz el alba.
Escucha al invierno, el fuego lo delata,
alumbrando la nieve con su manto púrpura,
y sin embargo, que gris trae el humo para nosotros
desde el horizonte el viento.
Fuimos una tarde sin vencedores,
talados como árboles de un bosque espeso.
Laboriosas abejas libaron en la sangre,
tu cuerpo se diluyó derramado en el mío
su néctar dulce y caliente
para calmar mi sed
y esta espera sin márgenes
de un nuevo aguacero.
f.
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