Los días me recorren como yo a ellos, con la precisión cartesiana que puede tener un reloj de arena. En el ángulo de una palabra, en su dintel de sílabas, se queda una puerta abierta al silencio, el mirar y contemplar al mundo que te rodea, callado, deshaciendo con tus dedos cada pequeña cosa que pasa a tu lado, desde el vuelo imperceptible de un solitario pájaro al atardecer, al movimiento de las sombras movidas y alteradas por el viento, tan cerca de tu corazón que los puedes escuchar respirar ese instante como si fuera otro ser humano.
f.
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