No me reconozco ya en estas paredes
ungidas con la humedad del tiempo.
Este cuarto que guarda mi voz
y esa mirada pretérita y marina
que esconde lo impreciso,
lo que todavía palpita en algún viejo corazón.
Tenías como yo el ansia en tu boca
y en tu cuerpo solo se dibujaba como un sueño el deseo,
una huella de luz, una lumbre de viento,
pavesas de eternidad prensadas entre tus pechos,
palomas que viajaban sin miedo hasta mis labios,
y el dulce sabor de la quimera fluyendo en tus ingles,
tantas mareas de un océano nuestro.
Todo un verano en los dedos como agua que nunca sacia.
Crecimos tan deprisa y olvidamos lo que nunca se olvida,
aunque ahora yo no sea aquel que te hizo estremecer
y tú recorras la vida sentada sobre el humo y la mentira.
f.
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