Recupero este sabor a sidra de tu cuerpo.
La nieve, el fulgor último del día,
un quehacer de invierno
entre las nubes altas
y las desnudas sombras de los árboles.
Te reconozco en la lluvia,
erguida sobre el suelo,
quieta en mi corazón
como un suave quejido que no cesa,
mientras la tarde palidece
encendida en el balcón de la noche
por un rayo de luna que me abriga.
f.
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