Ahora que la luz tiene tus ojos,
la noche es un muelle sin barcos.
Mi destino cabalga en tus labios.
Nombras cada ciudad en que soy pasos y huella,
ese instante de muerte,
y rehaces las calles, las avenidas,
ciertas plazas con entradas de metro,
algunos parques abiertos al amanecer...
Vuelves a ser el viento,
fugaz, caliente, húmedo,
que se ensortija
como un bucanero de sombras
en la oscuridad de tu cuerpo.
Sé que ha de llegar el momento
en que tu sueño sea voraz como el océano,
que el insomnio de tus manos recorra mi cuerpo.
Urdes nudos de urgencias
y vienes con el sudor,
con la incasable fatiga de la mar...
Así eres hoy, mañana, siempre,
un verbo indeterminado,
desconocido para el resto de los humanos,
que tienen la sed y el hambre del deseo
y se sacian solo con lo que les trae cada día la tormenta.
f.
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