Marco el suelo y los muros 
 con sílabas que me hacen enmudecer
 mientras escucho una canción 
 que me recuerda a París,
 aunque sin embargo 
 no logro escribir unos versos 
 que me traigan Rayuela a la memoria 
 salvo aquellos que hablan del frío, del tiempo, del cariño...
 Algo parecido a morir muy cerca del amanecer, 
 de un desierto, de un muelle vacío.
 Allí, donde la luz se ha vuelto agua, 
 sin formas, sin valores que tengan un nombre.
Mis manos apenas saben construir 
 más que una arquitectura de naipes y de sueños, 
 cuando este verano de viento 
 trae debajo de sus alas un incendio, 
 ciertas tormentas, 
 el deshacerse en aguaceros y silencio, 
 mucho silencio.
Voy bebiendo la noche, su oscuridad, 
 me desarmo ante los pasos de la luna,
 sus gestos de lumbre, cierta brasa, la ceniza, 
 nudos que quedan en mi cuerpo, 
 las huellas de la humedad, 
 la cadencia de la distancia.
Las sumas y los restos quedan en la sombra,
 dibujo un corazón en el vaho de los cristales,
 dejo cortados todos los quehaceres innombrables
 cuando este sabor a hierro se ahoga en mi saliva
 y ha de ser la fuente de las palabras,
 lo impreciso que me deja respirar
 cuando todo lo que me rodea se derrumba. 
f.