
Quizás debiera consumir el tiempo en este silencio de huella
o desentenderme un poco del yo y del nosotros,
abrigado como está siempre
en las comisuras de todos los señuelos
y que arde en mi boca sin saber por qué
junto a los viejos mástiles de los barcos.
Saberme andante de un cielo profundo,
ciego de todo lo que no se asombra,
me hace perecedero,
desfallecido y entregado al vaivén de las sombras
y del delirio de la luz.
Hay unas dunas que cubren los epitafios,
nadie recuerda las palabras de los muertos
salvo en los mármoles dorados
y en las citas sinceras o falsas de los poetas,
todos los literatos andan estas sendas.
Recorrer los cementerios,
a veces es entroncarse en una librería funesta
y conducirnos por un otoño de hojas amarillas
que nada saben ya de lo que fueron
sabias palabras rémoras del tiempo.
Hay mares lejanos y ríos de aguas turbias y sagradas.
Puentes donde cruzarnos y separarnos
porque todo que une sabe del decoro
y también de la daga que saja la voz
y destella en la oscuridad
como un silencio lo hace con el rayo,
se contonea a su alrededor y avisa,
pronto llegará el trueno.
Posos de vientos,
zarzas de condena,
siempre somos harapientos del destino,
del azar, de la turbulencia de los desatinos,
del deseo frecuentado entre los goces
de un cuerpo cimbreando pasiones
o de esa fase cierta en que no cabe nada,
salvo buscar los acantilados y los abismos del océano
(Dover sujeta los sueños en sus piedras blancas
y Etretat los engarza).
Cuatro o seis veces te tuve
como un bourbon caliente entre los labios
y quemabas cerca de mi como una fiebre de hierbas
o un pequeño trozo de metal que imantaba mis sentidos.
Me hablabas cerca del espasmo, húmeda, sencilla,
desaliñada de todo lo que fuera certidumbre,
sólo atenta al calor de mi mano
o a la perdida razón de nuestros cuerpos.
Ahora me siento hierro oxidando el aire,
este que respiro sin ti, sin nadie,
apenas unas briznas de tabaco.
Mi vaho se eriza en el atardecer,
una pipa mal apagada que todavía guarda el aroma antiguo,
mientras miro de soslayo la lluvia y su demora
como un sable trasciende de su humedad
y llega dentro, rompe los huesos...
debe ser que estoy envejeciendo.