Vino el cigarrillo del silencio, las volutas azulaban lentamente al morir en el techo. Te oía respirar muy bajo, mientras a unos metros de mí mirabas a través de la ventana. Desnuda y con el aroma hurgado en el deseo entre tus piernas, tu espalda tenía el brillo nacarado que deja el sudor y las sonrosadas aspiraciones de mi boca como huella inequívoca de nuestra noche juntos. Trago a trago deshicimos los últimos besos, con la pulcritud del cirujano y en mitad de aquel océano usamos un bisturí para sajar las sombras y nos dimos con esa victoria un último homenaje. Espesos y un poco borrachos nos miramos dentro para olfatear por donde nos rondaba esa última llamada que trae el amanecer antes del diluvio.
Es cierto, que difícil son las despedidas, me abrigas en el tiempo y con tus manos abiertas sabes consolarme como si aparte de ser una ciudad habitada por las maravillas y la desolación tuvieras labios de mujer y deseos húmedos concentrados en esta lluvia con que sin saberlo me despides.
Boulevard Haussman: Digo sueños y en esta calle los encuentro todos. Digo sueños y dinero. La cúpula de las Galerías Lafayette tiene el aroma de Dior y de Chanel y besos en la boca con sabor a cerezas, porque las cerezas en París y en mayo saben a tu boca cuando me muerdes los labios y te ríes. Atrás queda Montmatre y el Sacre Coeur, la rue Pigalle y los sueños del boulevard. Opera trasmite “Le Grandeur” y la música en sus escaleras tiene la luz de lo nuevo y el calor de la juventud, después, siempre hay un después, en un pequeño café tú me acaricias, mientras me traes el mar cuando me miras.
No he podido pronunciar tu nombre. Erigidas bajo el cielo iluminado de la ciudad las calles mojadas cabían todas en mi habitación, tan cerca de mí que se han hecho dueñas de mis sábanas y el ansia. Un camino de pies desnudos sobre la tarima del pasillo, como un eco, me traían una voz que me buscaba, la certeza de un cuerpo rellenando los resquicios del mío, ciertas llagas que apenas recuerdo que existen salvo cuando las tocan, pero aunque no lo creas, no he podido pronunciar tu nombre.
En las tardes del Sena hoy caben los recuerdos y estos acuden a París a su cita del siete de mayo víspera del final de la II Guerra mundial en Europa. Es tarde en la tarde de mayo y en el Pont des Arts se celebra el tiempo. Hay días que guardan los pueblos en la memoria y en este puente de madera que acerca dos orillas, algunos parisinos celebran un picnic con champán y buffet frío y brindan, y hay música, se besan y sonríen a la vida en este preludio que trae de verdad la primavera.
Todas las mujeres saben de París porque sus besos se dejan parte de ellas en el viaje. Solitarios puentes de miradas antiguas, días de recorrido lento y huellas profundas, los silencios hablan de los pasos perdidos y su voz vuelve a perdurar como una nueva estatua mirando desde una atalaya al río.
Todas las mujeres que me han besado en París tienen todavía su puente, su estatua, su mirada, su río.
Escribe mi nombre en las paredes del metro de París, con el color bleu iluminado de tus ojos, y ahora, olvídame, con el dolor con que se olvida todo lo que aún se ama.