París en mayo es fruto de bosques y silencios,
calles mojadas por la lluvia
y un transito de puentes y recuerdos.
Recorremos la ciudad en un delirio húmedo de labios
y sentimos del tiempo la deriva de la música,
el placer de los pequeños cafés en los bulevares,
un sendero de caricias en las manos
que resurgen en los márgenes del Sena.
Puedo esperarte en el amanecer
y resguardarte de nuevo.
Mis brazos serán la eternidad,
ese extremo de la fugacidad que quema,
un pedazo de tiempo donde apenas cambiamos
y nos sostenemos juntos en medio de la urbe
como piedras esculpidas para siempre.