No son solo las flores últimas del verano que se deshacen en pétalos sin sombra, ni las hojas caducas y amarillas que van cayendo en una agotadora sucesión de desprendimiento... no es tampoco la cadencia del hombre gris en los márgenes de un día cualquiera, hundido en si mismo, pensativo... el otoño es dulce y pasional como la boca de una amante pero duro en si mismo, como el sílex cortado a tajo por el hielo.
La oscuridad del río, su silencio de limos, estas horas de transición en que me guarezco de todas las brasas que se han de hacer, del humo oscuro que se forma cuando arden los sarmientos y la leña del bosque, abandonado con su bruma de silencio de pájaros y escarchas del amanecer...
Soy de nuevo la grieta herida en el adobe, la marca fresca en el barro del paso de un hombre, la fría brisa que trae en su boca la noche, la tormenta del plenilunio que desborda todo lo acontecido.
f.
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