No sé dónde está la frontera,
este lado del dolor que cubre con su bruma,
una línea paralela a mis manos
que mantiene un pulso con mi corazón.
Veo el faro, esa luz que al respirar se enhebra a mí.
Tanta noche abierta a la oscuridad,
al silencio de los astros,
al quejido sordo de los planetas.
Morir es volver a comenzar,
encender un fuego en medio de un bosque
y saber que los cristales que han sajado tus muñecas
son solo las últimas palabras de un largo poema.
f.
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