Te miras dentro y sientes la caída de tu mundo.
Un dolor extenuado de enseñarte a los demás,
viejos palacios abiertos a las inundaciones,
mientras llueve sin cesar en mitad de un sueño
y los desiertos que forman tus palabras,
un ejercito de cristales rotos,
amanecen ahogados por sendas de barrancos caudalosos.
No es todavía otoño y las mieses cortadas en los campos
relucen con su color de oro envejecido.
Así será la vida que espera entre las rosas,
piélagos de lumbre, bosques de sangre,
instante fugaz donde morir en medio de un silencio.
f.
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