Dejar una palabra,
rasgada en el viento o en el agua,
como una flor roja, simple,
que se abre al quehacer de la luz...
En ese bullir de signos equívocos
y líneas sin márgenes,
que como un río de infinito
tienen siempre los versos
que nos alcanzan dentro,
ha de girar el verbo,
la lumbre del silencio,
la calidad de una mirada.
f.
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