Bajo las horas sagradas de la luz,
sientes la brisa áurea de los días de verano
con su doliente quemazón dentro de ti,
penetrado hasta el tuétano
por esa luz límpida y silenciosa
que ha de habitarte
hasta las horas primeras del otoño,
cuando surge ese instante
que abres los ojos a la lluvia
y te sientes una hoja más,
caída de un árbol moribundo,
entre los surcos abiertos por el agua,
y rememoras las mieses,
las tardes vencidas por el sopor,
mientras recuperas tu verdad mortal y perecedera,
única vía de tu resistencia a desparecer,
siendo de nuevo misterio,
palabra horadada en la piedra,
quera que ha de seguir deshaciendo,
lentamente, tu corazón indomable.
f.
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