Ha trazado mi mano un camino de agua.
Detrás la lluvia trae viejos trenes desde el Este.
Surcos de agua, un río vertebrando tu espalda
como un atlas donde se vislumbra Europa
y que va surgiendo ante mis dedos,
ciego en la oscuridad de tu cuarto,
en cada punto donde me detengo a respirarte
y a besar con mi boca tu columna vertebral.
Suena en la noche una tuba diáfana y mortal,
se desprenden lejanos astros del cielo
que van dejando más triste el universo.
Desnudos, apenas tapados por un ovillo de sábanas,
una húmeda y caliente calma invade tu cama.
Hay silencio, apenas mueve el aire una brisa con aroma a tierra.
Desde tu habitación, tu piso elevado sobre los demás,
esta ciudad tuya, encendida en el crepúsculo
e hilvanada por rojos hilos de luz hacia el Oeste,
me hace palidecer con sus melodías
y el valor inconfundible de lo inolvidable.
Detrás la lluvia trae viejos trenes desde el Este.
Surcos de agua, un río vertebrando tu espalda
como un atlas donde se vislumbra Europa
y que va surgiendo ante mis dedos,
ciego en la oscuridad de tu cuarto,
en cada punto donde me detengo a respirarte
y a besar con mi boca tu columna vertebral.
Suena en la noche una tuba diáfana y mortal,
se desprenden lejanos astros del cielo
que van dejando más triste el universo.
Desnudos, apenas tapados por un ovillo de sábanas,
una húmeda y caliente calma invade tu cama.
Hay silencio, apenas mueve el aire una brisa con aroma a tierra.
Desde tu habitación, tu piso elevado sobre los demás,
esta ciudad tuya, encendida en el crepúsculo
e hilvanada por rojos hilos de luz hacia el Oeste,
me hace palidecer con sus melodías
y el valor inconfundible de lo inolvidable.
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