Era París. Llovía copiosamente esa tarde de septiembre. Los andenes de la estación de Lyon se estaban llenando de gente con maletas. Yo sentía esa punzada cercana al fracaso que deja el abandono. Ella no vino, mandó a un amigo suyo con una rosa y un poema de Neruda, tal vez de aquellos que yo le leía paseando por las orillas del Sena cuando el verano era como mi marcha, todavía una quimera.
No sé si me dolía más saber que no la volvería a ver o esa sensación de desvalimiento que estaba dando ante los ojos de Ricardo…a veces, lo último que te queda es la dignidad y eso se me acababa de escapar con la lluvia ante la mirada compasiva de ese hombre.
No sé si me dolía más saber que no la volvería a ver o esa sensación de desvalimiento que estaba dando ante los ojos de Ricardo…a veces, lo último que te queda es la dignidad y eso se me acababa de escapar con la lluvia ante la mirada compasiva de ese hombre.
5 comentarios:
Aveces.. la lluvia suele llevarse mas que solo los papeles sueltos en el suelo....
Mi abrazo :)
Al menos que nos dejen eso.
Pero no hay modo...
Abrazos
Quizá la única dignidad que nos quede es recuperar la dignidad perdida.
París, París...
Saludos. Feliz verano
Es muy bello este escrito Fernando... Al menos perder la dignidad frente a los ojos de un amigo seguro que se hace menos doloroso para el corazón y después de todo, cuando el tiempo empieza a curarnos el recuerdo, uno se da cuenta de que al menos le queda la magia de haber vivido ese amor, aunque ya no regrese más.
Un abrazo poeta, felices días y hasta pronto en Alcalá.
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