Me encontraba sentado ante una mesa, en medio de una habitación fuertemente iluminada cuyo suelo y paredes se hallaban cubiertos con baldosas blancas. Manos extrañas me iban pasando ante la vista diferentes platos de comida que yo rechazaba sucesivamente. Intentaba ver el rostro de aquel o aquellos que se me acercaban, pero nunca lo conseguía. Creo recordar que una pereza invencible me poseía como encadenándome a la inercia, impidiéndome incluso levantar la vista de la mesa. Finalmente, un aroma a empanada lograba vencerme. Comía entonces ese algo envuelto y rebozado, que me resultaba muy sabroso.
A partir de ese momento, lo que comenzaban a entregarme, pausadamente, eran dibujos extraños. Una gran cantidad de láminas iba pasando por mis manos: yo contemplaba una ilustración hasta que otra me era entregada, y conforme las recibía y las estudiaba, las iba apilando ordenadamente sobre la mesa. Algunos de estos dibujos eran series que ilustraban raras formas de objetos, desconocidos para mí y de función y utilidad incomprensibles, los cuales eran representados desde diferentes puntos de vista. Y esto me alarmaba, porque esa pluralidad de perspectivas para un mismo modelo, por muy inabordable para mi entendimiento que el mismo resultase, demostraba una cercanía y un realismo que contrastaban con la deformidad de los objetos y figuras plasmados. Aunque la mayoría de las veces las láminas representaban simples artefactos aparentemente inanimados, a veces se llegaban a reconocer seres vivos, pero siempre de especies inverosímiles e irreconocibles. Me decía a mí mismo: "si alguien, dibujando, se ha tomado la molestia de reflejar todas estas cosas desde diversos puntos de vista es que tales cosas existen". Esto me provocaba un susto inicial que se transformaba en un enfurecimiento ante la idea de que tales cosas existieran. Más en concreto, me producía una misteriosa rabia la evidencia de que semejantes rarezas y extravagancias fueran reales y de que nunca, en los años de mi vida, se me hubiera informado de su existencia: ni en la escuela, ni en el cine, televisión, libros, conversaciones, en la vida cotidiana…
Por último, ponían en mis manos una cartulina que me sobresaltaba, provocando en mí un desasosiego de naturaleza impenetrable: consistía en la imagen de una tortuga con un inmenso caparazón. Cada gruesa placa de ese caparazón lucía manchas negras que resaltaban sobre un fondo blanco mezclado con reflejos caprichosos de luz, hábilmente reproducidos por el artista. Era una lámina de gran formato, y presentaba un dibujo minucioso en su detallismo, donde cada particularidad de aquel ser quedaba fielmente consignada. De toda la extensión de aquella cobertura córnea del animal, destacaba muy claramente en el centro una extensa placa en cuya mancha negra podía identificarse, perfilado con nitidez, el mapa de Europa. En la siguiente plancha que era colocada ante mis ojos, se veía al animal de frente. Pude observar así con detalle su cara, en nada semejante a lo que podía yo haber conocido en otros ejemplares y especies de tortugas. Puedo decir que aquel era en verdad un rostro, el de un ser dotado de conciencia: un semblante con expresión torva, claramente humana, donde destacaban unos ojos rojizos de una malignidad aterradora.
Autor: Ángel Sobreviela
F
4 comentarios:
Curioso y genial relato éste de Ángel Sobreviela, aunque personalmente la pluralidad de perspectivas para un mismo modelo me atraiga y obsesione tanto de un modo muy agradable y no como al autor, aunque comparto lógicamente su desesperación ante lo inentendible.
Las tortugas realmente tienen una cara maligna digna de la peor pesadilla, pero al mismo tiempo son adorables en la realidad. Son un poco como la imagen de los payasos, tan felices y con tantas reminiscencias a la infancia y a las carcajadas inocentes y a la vez tan enigmáticos y dignos de pelícla de terror...
Bueno, ¡que me ha gustado mucho!
Besos, Fernando.
sin embargo a mi lo que me produce es enfado. Enfado de ver que haya alguien al que se le ocurran cosas que a mi ni se me pasan por la cabeza.
Que cara iba a tener la pobre tortuga, con el mapa de Europa sobre su caparazón...
un abrazo
bonito relato
una pereza invencible me poseía como encadenándome a la inercia, impidiéndome incluso levantar la vista de la mesa...me he sentido muy parecido a esto, finalmente parece que algo ha logrado que levante la vista...tantas cosas por descubrir y eso es algo a lo que siempre estoy dispuesta a menos que mi cuerpo dicte lo contrario, en fin, parece que voy mitigando la sublevación.
Pobre tortuga, que papel le encomendaron.
Un beso
Alba
Fabuloso y descriptivo texto y angustioso a la vez, pero supongo que habría que despertar al protagonista de su letargo... y de alguna manera lo consiguieron. Enhorabuena Ángel.
Besos
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