En los amaneceres las cantinas de las estaciones tienen el poder de un demiurgo, ese sabor perfecto del desanimo, la lluvia a flor de piel de todos los silencios y el olor a cazallas, revueltos y cafés con leche.
La radio suena imperceptible, pero si es lunes, tiene una gota a gota de persuasión, nada eras ayer pero estabas vivo, hoy es otra historia.
Caminas recto y tus pasos son torcidos aunque estés rodeado por unos amigos y cierta parte triste de la noche, esos cuerpos que tienen el olor de los bares de alterne o del affter shave de aquellos que todavía piensan en el mañana como un destino posible que sale por la vía cinco dentro de diez minutos.
REVISTA TURIA. Núm 152. Pág. 250 y sgtes.
Hace 13 horas
6 comentarios:
Hola Fernando!!
Me devuelves a la estación donde, en mi infancia, mis padres nos llevaban para iniciar el viaje rumbo a casa de mi abue materna.
Respiro tus letras que, desde otrora me llegan.
Besitos amistosos de buena vibra para este 2009!
No sé si es por eso por lo que no suelo situarme en esas cantinas al amanecer: saben a cansancio, sueño y desaliento.
Y, por si el estar vivo hoy es otra cosa, prefiero mirar las montañas a lo lejos bajo el frío olvidando las partes tristes de la noche.
Un abrazo.
Qué bueno éste párrafo, me he situado allí, he podido ver ese desánimo y sentirlo.
Besos.
Vía dos, cada mañana, destino al trabajo, veo como amanece, en la frialdad del día que comienza. La imagen que has puesto explica muy bien la luz en esas horas inhumanas...
Hay olores a los que impregno con mi ignorancia, me gustaría que no tuvieran nombre, como alguno de esos trenes que no tienen destino.
Un fuerte abrazo.
He imaginado esas cantinas, las reflejas con tal viveza, que he sentido tristeza, desolación y soledad.
Un beso.
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