Quizás debiera consumir el tiempo en este silencio de huella
o desentenderme un poco del yo y del nosotros,
abrigado como está siempre
en las comisuras de todos los señuelos
y que arde en mi boca sin saber por qué
junto a los viejos mástiles de los barcos.
Saberme andante de un cielo profundo,
ciego de todo lo que no se asombra,
me hace perecedero,
desfallecido y entregado al vaivén de las sombras
y del delirio de la luz.
Hay unas dunas que cubren los epitafios,
nadie recuerda las palabras de los muertos
salvo en los mármoles dorados
y en las citas sinceras o falsas de los poetas,
todos los literatos andan estas sendas.
Recorrer los cementerios,
a veces es entroncarse en una librería funesta
y conducirnos por un otoño de hojas amarillas
que nada saben ya de lo que fueron
sabias palabras rémoras del tiempo.
Hay mares lejanos y ríos de aguas turbias y sagradas.
Puentes donde cruzarnos y separarnos
porque todo que une sabe del decoro
y también de la daga que saja la voz
y destella en la oscuridad
como un silencio lo hace con el rayo,
se contonea a su alrededor y avisa,
pronto llegará el trueno.
Posos de vientos,
zarzas de condena,
siempre somos harapientos del destino,
del azar, de la turbulencia de los desatinos,
del deseo frecuentado entre los goces
de un cuerpo cimbreando pasiones
o de esa fase cierta en que no cabe nada,
salvo buscar los acantilados y los abismos del océano
(Dover sujeta los sueños en sus piedras blancas
y Etretat los engarza).
Cuatro o seis veces te tuve
como un bourbon caliente entre los labios
y quemabas cerca de mi como una fiebre de hierbas
o un pequeño trozo de metal que imantaba mis sentidos.
Me hablabas cerca del espasmo, húmeda, sencilla,
desaliñada de todo lo que fuera certidumbre,
sólo atenta al calor de mi mano
o a la perdida razón de nuestros cuerpos.
Ahora me siento hierro oxidando el aire,
este que respiro sin ti, sin nadie,
apenas unas briznas de tabaco.
Mi vaho se eriza en el atardecer,
una pipa mal apagada que todavía guarda el aroma antiguo,
mientras miro de soslayo la lluvia y su demora
como un sable trasciende de su humedad
y llega dentro, rompe los huesos...
debe ser que estoy envejeciendo.
15 comentarios:
Versos derrotados de quien todav�a tiene coraje en los ojos.Fernando,uno se obliga a vivir, porque alguna vez vivir es extraordin�rio ...
muchos besitos
Quizás no debiéramos consumir el tiempo en ese yo y en ese nosotros. Quizás sólo debiéramos sabernos andantes bajo ese cielo que nos cubre.
Imaginar si acaso sobre los recuerdos, sobre lo vivido o quizás sobre lo que otros vivieron y dijeron, pero como trecho hecho, como elementos de nuestra mochila.
Hay lugares lejanos y horizontes que alcanzar pero debieran verse como ese cielo abierto, ofrecido, donado, regalado, gozando simplemente, disfrutar y vivir con él. Pero nos queremos hacer dueños de lo venidero por eso buscamos los acantilados y nos asomamos a los abismos porque no queremos perder el arraigo de nuestras raíces de ayer y las raíces se fundieron con la tierra que ya anduvimos, y nos oxidamos y nos falta aliento y caminamos bajo ese cielo azul sin verlo, seguimos anclados y a la vez vamos a la deriva de un presente donde los días siguen sucediéndose.
No, “No es esto un réquiem más para una tarde muerta” es un grito para darnos cuenta que una nueva noche nace.
Un abrazo para este instante presente.
Precioso poema, donde el tiempo y la pasión dejan huella...
Besos cálidos
Uf! menos mal que envejeces... enfrentándote al abismo de la vida y reconociendo la pasión y el goce.
un beso
Gracias por visitar mi casa y dejar tus comentarios. Volveré. Saludos.
Entre Dover y Étrecat tu excepcional poema, Fernando.
Toda una historia de foraminíferos conservada en el mar y en sus extremos.
Los recuerdos más nostálgicos nos envejecen, pero también nos dejan en su nostalgia la más honda sensación de seguir vivos.
Un abrazo.
Tremendo, atrapa desde el título, que es impresionante.
Cada verso es un martillazo.
Abrazos
Dios! que poema tan bello y sentido. Se me eriza a mi también la piel al leerte y me recojo en tus letras que son la vida misma de la pasión en atardeceres y anocheceres, donde cada rincón es un mundo, donde cada caricia es un gemido, donde cada vida es algo tan sencillo como el amor vivido.
Precioso, bello, tierno, dulce y muy real.
Besos tiernos y dulces pata ti. Es un placer pasar por aquí.
** MARÍA **
Recuerda que el viaje hacia Ítaca
debe ser largo, lleno de peripecias, lleno de experiencias, así seamos "...harapientos del destino, del azar, de la turbulencia de los desatinos, del deseo frecuentado entre los goces de un cuerpo cimbreando pasiones o de esa fase cierta en que no cabe nada..."
Fernando me sigues desnudando el alma.
Besos borrascosos
Las hormigas no estaban en ANTIGONA, ni el q tenía Pepe q le había dado Nacho, asi q... compuesta y sin bichos a casa.
Sobre el poema... me asusté al leerlo la primera vez, no puedo decir q creí, ya te lo diré , ahora lo releo .
Besos... hormiga soldado?
Isabel
Precioso este poema. Deja un poso de soledad y tabaco, de nubes que no dejan de llegar para poder perderse entre los rotos del cielo. Gracias por el poema que nos mandaste. Bellísimo también. Si vienes a Madrid, no dejes de avisarnos, nuestra caseta tiene un hueco esperándote… y trae ejemplares de tu libro (si puedes, claro). Estamos deseando saborearlo.
Luisa Fernández.
Este me lo tienes me explicar. Se me escapan tantas cosas... Ya lo dice mi madre: tienes que leer más, nena...
Un besazo
Precioso poema, fernando, y las fotos sobre todo la segunda es de una belleza increible ¿donde es?
Besos
Lágrimas de mar
La nostalgia en palabras y en imágenes...
Las rocas también envejecen pero dudo que tengan recuerdos, algo a tu favor.
Un beso!
Yo he vivido en tu poema.
Besos.
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