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viernes, 1 de diciembre de 2017

No escucho el batir de alas de los negros ángeles funerarios










No escucho el batir de alas de los negros ángeles funerarios,
la voz, que desde la distancia, trae imprecisa el viento
en su quehacer de bosque inolvidable.

Abro la herida y hecho sal sobre ella,
mi cuerpo, con su cúmulo de sed, cae derrotado sobre las piedras,
vuelvo a ser de arena gruesa, luz de verbo donde me deshago
cuando una boca anónima me pronuncia con sílabas de olvido.


Murmuro un salmo, llega la lluvia y su bruma de humedad
me empapa y me cubre de inequívocos signos.
Soy de nuevo el ciego que recita en medio de la soledad.

Canto en la hora del ángelus, esa hora sacra,
sé que todo lo que ha muerto de mí, tiene vida en otro lado,
hay un hombre en la sombra que alimento y visto con mis pobres harapos.

Ahora mi voz tiene lo tenue y tibio
que deja sobre el crepúsculo la tristeza,
la gasa, somnolienta y roja,
que da a entender al ser humano lo que debe ser la eternidad.



f.




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