Sin más lugar que la urgencia
tú puedes ser el cuerpo,
el detonante de un quejido interminable
y yo, la soledad de la sombra que respiras.
Tener entre los dos los frutos de la tierra
cogidos desde el instante primero de la siembra,
cuando son de raíces profundas
y desembarcan en la boca
con sus jugos dulces y aromas penetrantes.
Pero no verme más que cuando te miras dentro
y en la pared me reboso de ti
con su temblor de hojas
y la deserción póstuma
que toda muerte, sin ambages, acarrea.
f.
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