Es cierto que el otoño es un animal que se alimenta de nosotros.
Florece con sus pausas de vértigo,
sombra de la sombra con sus huellas de lluvia.
En su ocaso trae el color de la melancolía,
el hambre de los recuerdos,
el olor a yodo del mar en su silencio de playas solitarias,
las primeras gotas de rocío, la bruma,
ciertas nieves que nunca se olvidan.
Así y todo, escuchamos ensimismados,
en el crepitar del fuego, las viejas canciones,
porque nunca olvidamos lo que duele.
f.
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