La poesía es un arma que se dispara sola como el amor de un loco

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domingo, 19 de diciembre de 2010

1977








Los pies desnudos de Patti Smith sobre el escenario, mientras su pelo esconde su anémica cara caballuna. Los labios macizos de Jimi Hendrix: un póster suyo en algún pueblo en ruinas de Aragón. La bañera donde hizo glub glub Jim Morrison en París. Las sandalias del 43 que calzaba Janis Joplin. Los cuelgues que se cogían los modernos de los pueblos de España escuchando a Pink Floyd, cuando el futuro no había venido. La peluquera deshidratada de David Bowie. La paz, la droga y la palabra de Jefferson Airplaine. La vida que nos prometió Bob Dylan mientras metía mano en los Levi´s de Joan Baez. Toda la voz de Lou Reed, glorioso Frankenstein del siglo XX. La Vespa de Roger Daltrey, con sus enormes espejos retrovisores. Sid Vicius, el más grande, el hizo una canción y se murió. Nico cantando con la Velvet Underground en el Max´s Kansas City y Warhol bebiendo una cocacola caliente. El beato John Lennon. Los Sex Pistols, eternos aspirantes al Premio Nobel de Literatura. Ian Dury, cojeando y sudando por el mundo, cantando siempre una canción de tres sílabas. Todd Rundgren, Kevin Ayers, qué habrá sido de ellos. El bigote de Frank Zappa, el miniculo de Mick Jagger, el chaleco de Jimmy Page y las lágrimas negras de Alice Cooper. Pero siempre los pelos de Patti Smith, la niña hermosa de pies largos y sucios. Semejante desfile de sombras me tuvo entretenido más de veinte años. Macarras, advenedizos, forrados y colgados. Inspirados, geniales y muertos. Estos tipos parece que no van a marcharse nunca.


Manuel Vilas


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