En el aeropuerto de Ruzyne en Praga la cinta transportadora daba vueltas con su pausado y clásico movimiento mecánico, mientras los viajeros del vuelo CA-254 de České Aerolinie esperábamos nuestro equipaje recién aterrizados hacia unos minutos desde París. Un par de maletas de color azul cobalto de algún vuelo anterior daban vueltas sin que nadie les hiciera caso. Al verlas como restos de un viaje, una pérdida, un naufragio, sentí un desasosiego y pensé en mi amigo Alex, un armenio que vivía en Barcelona cuando lo conocí, dedicado al transporte de arte.
Él me dijo que con sus años ya había tenido varias vidas y que siempre, cuando se le acababa una en alguna ciudad y se iba a vivir a otra, rompía todos los lazos e incluso cambiaba de profesión y de nombre. Una vez establecido en otra ciudad, retornaba a la anterior en un viaje postrero con todos los objetos pequeños de los cuales se podía desprender y que le recordaban a esa ciudad anterior en una maleta sin remitente, un poco como hacían los vikingos con sus muertos enviando al mar los barcos con sus difuntos, porque él igual que podía amar a las personas amaba las ciudades. Así decía hay varias formas de enterrar lo muerto y una puede ser metiendo tu vieja vida en una maleta y mandarla al lugar que has abandonado, sin nombre, sin remitente, para que parte de tu pasado vague en la consigna de cualquier lugar del mundo, en ese lugar en que has vivido.
Hace unos años me enteré que se había ido de España a vivir creo que al centro de Europa y no sé bien pero sentí el pálpito de que esas maletas eran suyas al ser del color preferido de Alex, azul cobalto. Mientras salía del aeropuerto busqué entre las personas un rostro conocido, pero no conseguí volver a verlo.
Él me dijo que con sus años ya había tenido varias vidas y que siempre, cuando se le acababa una en alguna ciudad y se iba a vivir a otra, rompía todos los lazos e incluso cambiaba de profesión y de nombre. Una vez establecido en otra ciudad, retornaba a la anterior en un viaje postrero con todos los objetos pequeños de los cuales se podía desprender y que le recordaban a esa ciudad anterior en una maleta sin remitente, un poco como hacían los vikingos con sus muertos enviando al mar los barcos con sus difuntos, porque él igual que podía amar a las personas amaba las ciudades. Así decía hay varias formas de enterrar lo muerto y una puede ser metiendo tu vieja vida en una maleta y mandarla al lugar que has abandonado, sin nombre, sin remitente, para que parte de tu pasado vague en la consigna de cualquier lugar del mundo, en ese lugar en que has vivido.
Hace unos años me enteré que se había ido de España a vivir creo que al centro de Europa y no sé bien pero sentí el pálpito de que esas maletas eran suyas al ser del color preferido de Alex, azul cobalto. Mientras salía del aeropuerto busqué entre las personas un rostro conocido, pero no conseguí volver a verlo.
7 comentarios:
Formidable.
Empezar siempre de nuevo con todo lo vivido en una maleta abandonada.
O al menos lo desechado, lo vaciado para volver a llenarlo.
Seguramente hay gente así.
Habrá que estar atentos para no ignorarlos.
Un abrazo.
Bueno, Iberia ya se encarga de hacer vagar maletas eternamente de aeropuerto en aeropuerto...
Fantástico relato.
Abrazos.
Excelente,Fernando. Me ha encantado; tanto tu prosa como tu verso son,como digo,excelentes.Un abrazo.
Me gusta Alex.
Tendría que ser mujer y llamarse Soledad o Esperanza
Qué buen relato!!! Abrazos.
me ha encantado, porque acabo de hacer una mudanza, a la vez estoy a punto de viajar a Praga, y no se si coger casi todo y remitir una pequeña valija a mi lugar de partida.... , pero sobre todo me ha encantado porque es buena la historia y la estructura y todo.
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