Ha vuelto los ojos al mar, que estaba esperando. Sobre el promontorio que se yergue orgulloso, hacia el horizonte, se asoma a la eternidad de sus vaivenes. Y esa oscilación cambiante de cristales transparentes le atrae, como un amante. Un susurro roza su piel y la eriza, mientras la espuma crestea las olas.
Ella, de espaldas al embrujo de su voz, resiste. Sin embargo, su nombre, apenas pronunciado, suena como nunca antes. Siente que sea otra. Tan dulce se expresa.
Lentamente, desde la roca, gira su rostro. Esperando... Es el mar. Ella permanece. Estática en un promontorio. Unida a él, sin saberlo, en fusión incandescente.
Y el mar, cansado de tanto viajar, buscando reposo en la orilla, descubre ese nuevo ser, que surge de la roca con la fuerza de los siglos. Los pies anclados al suelo, que supura junto al agua pedazos de cielo. Y, aún sin quererlo, acaricia la roca sobre la que ella gime. Y el tiempo pasado, largo y comprometido, ha preparado el camino para un encuentro perfecto: mar y tierra, vaivén y murmullo.
El mar, que es sabio, eterno, profundo, muestra todas sus caras. Ella prefiere el susurro. Pero atisba la tormenta, cuando el viento agita sus cimientos y, desde el fondo, surge la fuerza eterna que lo consume. Entonces, el agua se arbola. Se enrosca. Salta en cabriolas locas. Avanza pariendo las olas, que surcan espacios prohibidos. Porque el mar, imbatible, también requiere un espacio: sobre el promontorio, frente al horizonte. Y, aunque la fuerza que imprime a las olas sube escarpando el talud, ella está lejos, ausente. La roca, que aísla y protege, la mantiene limpia, al abrigo del mar, tan cálido... Sólo algunas gotas pequeñas, sublimes, surcan su rostro mientras funden con las lágrimas que derrama al ver que el sol se aleja. Astro luminoso que apaga su fuego en olas coléricas, deja sobre el mar reflejos eternos que hablan de retos, de amor, de silencio.
Y el mar, imbatible, sigue esperando. Superficie exangüe. La vida se escapa. Las olas ya no suspiran. Sólo permanecen. Descansando. Y la espuma, que en la tormenta forma corrientes furiosas, se funde ahora con el agua, amalgama constante que duerme.
El mar ya no tiene fuerza. ¡Perdió tanto! Ahora sólo queda el reflejo de lo que fue. Un suspiro. Un anhelo de lo que pudo ser. Porque el encuentro, aún imaginado, fue tan limpio... Caricia soñada: la ola se vierte en la arena con el sabor añejo de una costumbre. Y la playa acepta que llegue, consciente de que la estancia será breve. Aunque, en el fondo, desea que ese baile constante siga para siempre.
Autor : Isabel
10 comentarios:
Que te voy a decir yo, hermanastro del mar... me ha encantado... barco en forma de mar que arriba en la tierra fina, en la suave arena, que se humedece al ser consciente de su llegada...
Un abrazo amigo... huele a sal, huele a mar. Marea@
Para los que somos de secano y no hemos visto el mar más allá de tres o cuatro veces siempre resulta mágico percibir sus sensaciones en las palabras.
Estupendo.
Abrazos.
Y nunca sabremos si el mar es un punto de llegada o de partida...
Bello, Fernando.
Un beso.
Palabras bonitas. Palabras bonitas, para un día tremendamente desapacible.
Gracias, Fer
Un beso
A ti Isabel, más que ese encuentro entre ella y el mar, más que el momento mágico, anónimo de este encuentro, quiero felicitarte por la riqueza de sentimientos, por la expresividad de cada frase, por el mensaje que subyace en cada movimiento de ese mar tranquilo en un inicio y embravecido progresivamente. Vistes cada instante de hermoso y expresivo signficado.
Me ha gustado especialmente esa abundancia de detalles en el lenguaje.
Un abrazo a ambos.
Fernando, me matas. Me mata tu poesía, me mata tu narrativa, los ambientes que describes, los momentos que pintas...Me mata tu Satie, la música que escoges...
Fernando, no cambies nunca.
Mil besos.
Entre vaivenes y murmullos, gracias Fernando. Un beso.
Es maravilloso Isabel. Buenísimo. Me ha encantado.
Besos
Un suspiro, un anhelo de que siga para siempre.
Besos
Alba
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