Dicen las malas lenguas que el corazón de los hombres es polígamo por naturaleza. Hay muchas hembras en mi linterna mágica de pieles de celuloide que merecerían el sobrenombre de El cuerpo o el animal más bello de la creación pero Eva no tiene nada que envidiar de la belleza montaraz e incendiaria de Raquel Welch ni Ava Gardner.
Cuando contemplé por primera vez sus blancos, nacarados e insaciables colmillos de tejana de origen cubano y sus ojos negros perturbadores supe que Eva respiraba como una amapola cortada y que sería un pecado poco original no mordisquear mil y una noches su manzana y su cosmética nocturna.
Eva tiene una boca de buzón infinito que dan ganas de hacerse funcionario de correos para abrirla cada día por dentro con una llave de saliva y recoger sus postales sin sello al paraíso. Eva tiene el rumbón de la Calle Siete en sus caderas, el delirio de lo oculto, su risa huele a cabaret de La Habana en los años 50.
Los labios de Eva son puntos de no retorno, un horizonte de sucesos carnosos. En la teoría de los agujeros negros ninguna partícula ni siquiera de luz puede escapar a su atracción. Cuando beso a una mujer pienso en Eva y en los bombones Mon cherie.
Un tantra que corre por Internet, de esos que recibimos a diario, dice que debes desconfiar de aquel que te besa con los ojos abiertos pero Eva tiene celos del aire y te coloca dulcemente alfileres en las pestañas. ¿Cómo cerrar los ojos, cómo abandonarse al tiempo del ensueño cuando una afrodita equina e increíble como ella resopla con sus belfos en tus narices y está a punto de cocearte el alma?
Eva sonríe y el lunar de nacimiento de su pómulo izquierdo se trueca en un pezón astral y apetitoso. El ombligo de Eva tiene siete escaleras. Y una sola hacia el cielo. Por eso se lo cubre en las fotografías. Cuando me zambullí en él un 11-M supe que Eva era la tormenta perfecta. Huele a aparejos y piratería. El nudo de su ombligo es una perla negra.
Todas las mujeres hermosas se pueden leer en Eva. Esa mezcla de rasgos exuberantes y pronunciados (rostro anguloso, nariz fuerte, mentón estrecho) y suavidad en los labios llenos y las curvas clásicas recuerda a esas divas ventosas de la dolce vita y el cine italiano de los años 50 y 60. Eva quema la pantalla con la vivacidad y la voluptuosidad de Sophia Loren o Gina Lollobrigida.
He caminado en sueños con Eva de la mano en un tarde lluviosa de Nueva York con su traje de tweed y su melena recogida bajo el sombrero. Eva subida en una vespa en una campaña de Revlon, Eva de rojo con un escote vertiginoso hasta el ombligo, Eva en braguitas tumbada sobre un piano blanco, Eva apoyada en un altar leyendo la prensa con sandalias atadas a las pantorrillas.
Todas las mujeres se leen en Eva. Gélida y elegante como la Deneuve de Belle de Jour o La sirena del Mississippi; olorosa y madura como la romana Anna Galiena en El marido de la peluquera; ingenua y pícara como Stefania Sandrelli, generosa de curvas, adobadita, con pechos para lactantes con barba en La llave secreta. ¡Y cómo olvidar los muslos rotundos con medias color carne y el liguero de Laura Antonelli en Malizia!
El corazón alcanza la temperatura del sol cuando pienso en mis actrices italianas y en las tardes del ferragosto de mi tardoadolescencia soñando en la oscuridad de los cines de Milán. Desde la diva del cine mudo Francesca Bertini a Giovanna Mezzogiorno, pasando por Luisa Ferida, Assia Noris, Yvonne Sanson, Lea Massari, Monica Vitti, Ornella Muti, Francesca Neri...
El deslumbramiento, la embriaguez de golpe, el atropello de la belleza más cruel se llaman Ava Gardner en Venus era mujer y La condesa descalza (¡ah María Vargas bailando junto al fuego y los carromatos, quién fuera el conde Vicenzo para esculpirte de caricias y cubrirte de felicidad!). ¿Y qué decir del regreso de Ava en La noche de la iguana con sus cuarenta y tantos tocando las maracas, subiendo de la playa con sus dos mulatones?
¿A qué saben los fresones desde que vimos Nueve semanas y media, quién derrite los iceberes del Ártico y despierta sueños de huracán sino la piel de Kim Basinger, esa chica lunática de Athens, ganadora de concursos de belleza, que perdía los papeles con una copa de champán en Cita a ciegas? La vida del siglo XXI aún conserva su swing gracias a James Ellroy y a esa prostituta vestida de blanco que encarna la Basinger en L.A. Confidential.
El flequillo de Rachael, la Nexus 6, la replicante con sentimientos de Blade Runner, el lápiz de labios sobre su comisura superior dibujando la m de una muñeca de porcelana preguntándole a Deckard si sus recuerdos son implantes, si las fotos de niña que tiene sobre el piano son trucos de ordenador, toda esa sofisticada y turbadora delicadeza es Sean Young en el film de Ridley Scott.
El sueño más dulce y real, el deseo más intenso de vivir, la sed de amor sin espejismos, el cuerpo que se imanta con pensarla, la sonrisa de un tiempo antiguo se llaman Monica Bellucci personificando a la mujer del Drácula de Coppola.
Los ojos brunos de la Cuccinotta en Il postino poseen “la luz con tiempo dentro” de la que hablaba nuestro poeta de Moguer. El mismísimo Borges recuperaría la visión frente a los senos incandescentes, como pájaros que gritan a medianoche, de esta Venus de las Pizzerías. Maria Grazia es un viaje de amor en Cachitos picantes de Alfonso Arau.
En el elenco de esta última película figura otra de mis ensoñaciones más queridas: Sharon Stone. La Miss Pennsylvania con coeficiente intelectual 154. Superdotada por dentro y por fuera, Sharon, aunque breve, no pudo tener mejor debut cinematográfico: en 1980 aparece en una escena dentro de un tren en Recuerdos de Woody Allen. Desde 1992 los extraterrestres se masturban con un segundo de su pubis entrevisto cuando cruza las piernas en Instinto básico. Llevo clavado ese punzón de hielo en la médula espinal.
Ahora ya sé por qué Eva flambea mi corazón y me pone los huesos de punta. Es rediviva y reencarnada, treinta y cuatro años menos, la Raquel Welch de Viaje alucinante y Hace un millón de años y también se parece a Cindy Crawford y un poquito a Jennifer López.
Si volviese a nacer sólo le pediría un deseo al dios tonto del siglo XXI: ser por unas horas Steven Tyler, el cantante de Aerosmith. El orgullo de haber engendrado a la reina de los Elfos, el placer de besar tras susurrarle un cuento a esa belleza robada que es Liv Tyler, unido a la dicha de tener como protagonista en tu videoclip a Eva, me bastarían para vivir sesenta o setenta años más intensamente recordando esos instantes de felicidad.
O pensándolo mejor sólo me pediría como en el Viaje alucinante de Richard Fleisher ser miniaturizado (¿qué hombre no ha tenido esta fantasía?) e internarme en un submarino en el cuerpo de Eva, en los flujos de Eva, para vivir mil singladuras navegando en su córtex, en sus vísceras y pantanos de amor, disolverme en los labios de su alma para la eternidad...
Gracias Ángel por hacer ese magnifico libro y por enviarme este poema
2 comentarios:
Genial poema éste para algunos corazones polígamos como frecuentamos.
Y es que en el fondo no hay infidelidad sino deseo de belleza.
De esa belleza a la que aspiramos y nunca conseguimos.
Saberlo decir tan bien es un arte.
Un arte consolador.
Gracias a Ángel y a ti.
No lo había leído, eso pasa por irme unos días, según yo había revisado todo. Magnífico poema, esto cada vez está más difícil, veremos con que acabo.
Besos
Alba
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