Yo no tengo un Audi 100,
pero tuve un Renault 5 al que llamaba errecinco.
En realidad, el errecinco era de mi abuelo.
Casi era verano cuando el viento le voló la memoria
y nunca más recordaría ya ni el errecinco, ni mi nombre,
ni las estaciones, ni los rostros.
Mi madre guarda fotos del abuelo con preciosos coches ajenos.
Conducía aquellas cajas de música
como el que baila con la chica más linda,
y, minucioso, limpiaba los lujosos coches ajenos
de chapa negra y volante de cuero.
Mi abuelo también tuvo sus propios coches:
un Renault ocho, al que llamaba erreocho, y después un errecinco.
Los trataba como si fueran Maserattis.
Los conducía con la pericia del chofer discreto,
lo mismo que hacía con sus queridos coches ajenos.
Casi era verano cuando un día
el viento le voló lo ajeno y lo propio,
quedó ausente de memoria,
inhábil para recordar
que el último coche de su vida
fue un errecinco granate metalizado
que yo acabaría conduciendo.
Poema de
Carmen Ruíz Fotografía
aquí
3 comentarios:
La memoria es un cuchillo afilado por ambas caras y más tarde que temprano, por efecto o por defecto, hiere. Es algo inexorable, pero lo bueno es conservar algo de una persdona (tu abuelo, en este caso), que te ayude a recordarlo. Yo no tengo nada de ninguno de ellos, ni un mínimo recuerdo de lo que fueron, porque, sencillamente, no conocí a ninguno de los dos.
Memorable poema, Carmen.
Muchos besos y gracias a los dos.
Triste perder la memoria.
Consolador el poema que recuerda.
Así, sencillamente.
Que bonito...y doloroso.
El olvido es, a veces, una daga.
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