Le llevaron al hospital atado con una camisa de fuerza, ni la mayor dosis recomendada de tranquilizantes había podido calmarle. En el trabajo, sus empleados llamaron al servicio de emergencia, pensaron que su jefe sufría un infarto, ataque de ansiedad, o aún peor, de locura.
El desconcierto empezó dos días atrás, al principio supusieron que habría tenido una mala noche, apareció por el trabajo tarde y malhumorado.
-Este no ha follado esta noche, o tiene dolor de muelas -dijo acompañando de un codazo el conserje al vigilante-
-Sí, mala cara tiene...
La tranquilidad habitual se transformó ese día en un pequeño infierno. El jefe solía recluirse y casi nunca salía de su despacho. La mayoría de los días olvidaba la hora del almuerzo y si asomaba en algún momento era para dar una vuelta por la fábrica en la que miraba sin ver, caminando absorto con una bobalicona sonrisa pintada en la cara y contándose los dedos en el pantalón, a la altura de la cadera...
Ese día, faltando a su costumbre, salía a cada rato airado y dando vueltas sin rumbo, gritando aquí o allá al primero que encontraba a su paso.
Aquella jornada infernal acabó por fin, pero nadie esperaba que el día siguiente sería peor...
A la hora de la comida salió sonriente de su despacho. Momentos después un grito de terror invadió los pasillos, las salas, los despachos y los baños. Las palabras callaron, los murmullos empezaron poco a poco a ganar espacio al silencio. El más atrevido se acercó corriendo a la puerta del jefe y descubrió a la limpiadora que miraba hacia las paredes con ojos desorbitados, el atrevido quedó igualmente perplejo. Toda la habitación estaba llena de poemas enormes escritos con rotulador grueso, cientos de versos ascendentes, descendentes, derechos y torcidos se esparcían por cada milímetro de las blancas paredes, paneles y mesas.
El desconcierto no quedó así, por la tarde, el cabreado dueño del restaurante de la esquina llegó con un blanco mantel lleno de palabras.
-Esto no hay quien lo limpie, lo ha escrito con rotulador indeleble -dijo-. Vale una fortuna, es de algodón egipcio y está bordado a mano por las mojas de mi pueblo...Quiero que me lo pague!!!...
El jefe ya estaba llenando de versos las paredes del recibidor, ajeno al desconcierto que provocaba. Su secretaria tomó la decisión de llamar por teléfono, no sabía si a la policía o a urgencias médicas. El poeta grafitero se estaba enfadando y cada vez respondía con más agresividad a quien intentaba quitarle los rotuladores de la mano. Escribía, paraba, contaba con los dedos en el pantalón, susurraba, sonreía y escribía de nuevo...
El médico se acercó a su mujer, ella esperaba ansiosa y asustada el diagnóstico.
-Su marido está muy mal.
-¿Qué le pasa?...no entiendo qué ha podido suceder, ha sido tan repentino -dijo ella-
-Si su marido no consigue entrar en el blog antes de 72 horas, puede ser fatal...
PD: Todo parecido con la realidad es pura coincidencia...y sí mera inspiración.
Esto escribió M.M. para designar mi estado de frustración hace un año.
El 29-N, Irlanda vuelve a las urnas
Hace 4 horas
4 comentarios:
GENIAAAALLLLLL!!! JAJAJAJAJA....que grande es nuestra "Des-almadica".
Te imagino escribiendo como un poseso por la oficina...y a tu santa con cara de circunstancias....genial, genial´"metáfora"
Que gracia recordar aquello, ufff, un año ya...
Lo más curioso es que conocía poco a Fernando entonces, tampoco a su santa jajaja...sólo imaginaba: este tipo debe ser jefe porque escribe demasiado poemas al día jajaja...
No sabía lo que paso, ahora ya me lo imagino jaja, Fernando no te apures si vuelve a pasar ahí esta mi blog, ya ves nadie escribe en ese lugar, puedes disponer de él cuando sea necesario.
abrazos
Alba
Lo tuyo fue grave, Fernando. No sé por qué, pero te entiendo, (lo mío es de más larga duración, intento tener paciencia, pero se me está haciendo eterno, diría yo).
Muchos besos, Fernando.
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