Mis manos han sujetado los verbos,
son ahora agua de lluvia y resina de trementina.
Las expuse a un aguacero
que dejó tras de si el aroma del caolín para invadirme.
Todo pasó como pasa siempre,
pocas veces es algo que no tenga remedio
ya que ellos tenían marcada la palabra deserción
en las palmas de sus manos.
No confío nunca en el ser humano como especie,
no porque seamos traidores, eso es lo de menos,
es más porque prefiero saber que somos indescifrables,
llenos de defectos y que nuestras virtudes
son simple grandeza de un instante.
Para derribarme solo hace falta una mirada,
una caricia o la palabra clave de un momento...
lo último será deshacernos de nuevo de los verbos.
f.
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