He olvidado el guión de mis imágenes,
la latente lanza, la avalancha derrotando cada instante.
Bebo del surco que inunda tus manos,
laborioso cuenco donde perder mis labios,
asciendo desde las yemas de tus dedos
hasta verter mi humedad,
lacerante mercurio,
en el borde preciso de tu boca,
para allí morir, despacio, mansamente,
envenenados el uno por el otro.
Siervo de esas noches de aguardiente,
calima de luces y de sombras,
urdimbre de la viola,
cuando nadie somos nadie más allá de la brisa.
Adolezco de ti, me faltas y te recuerdo cansada,
semidesnuda con tus bragas azules
y ese aroma que abre el perfil de mi deseo,
mezcla de azahar mediterráneo
y la lumbre precisa de tu cuerpo.
Y me bebo tu sed, tu anhelo,
el crecer herido de tu ansia,
esa hebra del otoño,
hoja vencida del sarmiento.
Me hago tu señor, nube y lluvia
para quemarte, dócil y encendida,
en el vaivén del viento.
De nuevo dormida entre las islas del naufragio,
aislados y con la ropa por los suelos,
oteo ese instante en que al despertar,
como una mujer nueva,
abras tus ojos
y me hables en un idioma
con un alfabeto que siempre desconozco.
f.
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