Juego en la noche acariciándola muy despacio mientras duerme, solo rozo su espalda y pongo atención para escucharle respirar en las olas del sueño. Afuera se dejan ver las estrellas, brillantes, titilan ante la inmensidad de la cúpula celeste.
No sé como deshacerme de este insomnio, él me quiebra con su mano de hierro y deja en mí su aliento de frío. El invierno no es solo una estación, tiene también distancia, una senda interior solitaria que te consume lentamente y corta tu respiración con la precisión de un cirujano.
No temo a sus fantasmas, sombras que perduran con la constancia del peregrino, siempre buscan la manera de hacerme sucumbir al dolor de la soledad.
Traen oscuros besos sus labios mojados en el rocío de la verdad, es un suave cristal que quema, nieve sin rencor que corta la piel, mientras permanezco solo, entregado a discernir la realidad del sueño que crea mi mente agotada. Sigo siendo el vigilante que la espera, ansío que me acoja por un instante, que me rodee con sus brazos, y que sienta ahora su silencio, el que emana su cuerpo mientras duerme, el que me da tranquilidad y paz.
f.
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