Arde el fuego sobre el fuego
como la sombra se hace más sombra en sus horas de silencio.
Es del invierno la voz que clama,
el auriga que trae bajo su manto el aroma del incienso,
la señal elevada al cielo, lo gris y lo ebúrneo,
el acíbar que nos hace murmurar para adentro.
Llegamos solos del laberinto, sin nada entre las manos,
con las calles adormecidas por la fiebre
de una ciudad que se derrumba bajo la caída de la noche.
Suena voraz la campana, su votivo fértil,
mientras yo me remonto
a los viajes de la niñez en que me he perdido.
Horas de oscuridad entregadas al recuerdo
y al valor doble del sonido inequívoco del bronce.
f.
fotografía de Roberto Vivas
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