Abrir los ojos sin más destierro que tu propio miedo.
Caer despacio sobre los cristales,
húmedo del sudor y de la cadencia de la sangre.
Verter el agua de la lluvia como un sudario sobre tu cuerpo.
Sajar la raíz, el mimbre de la tierra,
allí donde la savia penetra y da luz.
Tal vez nunca serás nadie,
es más, ya lo eres: sombra de sombra...
pero sabes reflexionar sobre el viento,
el movimiento de la luz,
la veracidad de las estaciones.
Tu silencio se habita de semillas
que saben siempre florecer en palabras.
f.
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