Después de sentirlas sajadas,
ellas, mis manos,
que siguen recordando el contorno de las nubes
y que saben de la densidad,
del peso especifico y la esencia del horizonte,
van a abandonar las rosas prendidas al rocío,
a su pulso con la luz y con el frío,
sin volver a nombrarlas,
sin volver a olerlas,
sin volver a mirarlas...
f.
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