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martes, 7 de noviembre de 2017

Para mi mismo no existen verbos que fundan una caricia











Para mi mismo no existen verbos que fundan una caricia.
Traigo lejana la mirada del invierno,
los viajes de mi corazón por las lagunas,
las besanas del otoño con el sembrador vigilante de fortunas:
hoy es el día de la peste
y en ese instante de delirio grito,
aunque nadie sepa que mis palabras
han desembocado en mitad del mar
y naufragan de nuevo,
como todas las que lanzo al viento lúgubre de noviembre.
Traigo los frutos,
la sangría ácida, el aire de la noche,
ciertas sustancias que enmudecen el habla,
olas de aqua alta de Venecia
y oscuridad desde las viejas estaciones de metro de París.
Toda la nostalgia y un aroma a flores cortadas al amanecer,
sin pájaros, solo ante el espejo, donde las preguntas dan igual
y todos somos la melodía que un día alguien recordará,
"aunque nadie ha de recordarnos cuando hayamos muerto".




f.




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